César Peralta Hernández
cesar@hlacr.com
Cuando era apenas un niño, mi padre me dijo: “Tienes que ir a Costa Rica algún día; por cada soldado que hay en el Ecuador, allá hay un maestro”. Pocas otras frases que he escuchado o leído me han conmovido tanto. Quizás porque en esos días eran tan frecuentes los enfrentamientos bélicos con nuestros vecinos, los peruanos, era que vivía tan aterrorizado que hasta soñaba que mi padre moría en una de esas guerras estúpidas e inútiles.
Imaginarme un país sin ejército en ese entonces me pareció algo de otro mundo, increíble, tan civilizado. Volví a recordarlo nuevamente en Nueva York, cuando conocí a Lorenzo Davies. Un limonense, el único tico que conocí en las tierras del Norte y que me ayudó incondicionalmente en todo sentido. Alguna vez me abrió su corazón y me contó su único sueño: regresar a Limón para casarse con su novia, que ya tenía años de esperarle. Cuando por fin lo logró, me sentí inspirado a enamorarme de la misma manera que Lorenzo, de esa manera tan intensa, comprometida y caribe de amar que tanto me había fascinado leer en las novelas de García Márquez.
Pues ni al propio García Márquez se le hubiera ocurrido cruzar por el Canal de Panamá –para que se encontraran– a un ecuatoriano, cuyo único sueño era regresar a vivir en su país, y a una tica que ni siquiera deseaba imaginar vivir fuera del suyo. Y como no hay mejor ficción que la vida misma, aquí estoy tan enamorado de mi esposa, al igual que Lorenzo de la suya, atesorando la paz de Costa Rica y tratando de ser un buen padre para mis dos hijos ticos.
Amor con obras. ¿Y? Pues hace unos días mi esposa compartió conmigo los siguientes tres párrafos que le había escrito a un periodista local, solo entonces recordé algo que también solía decir mi padre: “Parafraseando al Libro Sagrado, un amor sin obras es muerto”. Y me sentí inspirado a compartir esta muestra de fe de mi esposa en su patria, en ustedes sus coterráneos y en todos los que hemos elegido vivir aquí. Me sentí inspirado a apoyarle aún más en sus esfuerzos de convertir esa fe, ese amor, en obras.
“Voy a ser lo más breve posible. Después de que tuve la oportunidad de vivir fuera de Costa Rica por cortos tiempos, de vivir en ciudades como Quito, Santiago, Buenos Aires, de disfrutar de su belleza arquitectónica, de su moderna infraestructura, orden, limpieza, relativa seguridad, empecé a preguntarme: ¿y por qué San José no? Estoy segura de que este es el sentir de muchos costarricenses que amamos profundamente a la ciudad que nos vio nacer y crecer.
“San José, ¿por qué no es una ciudad que atrae turistas y en la que se pueda disfrutar de una razonable calidad de vida? Otras ciudades de Latinoamérica, menos afortunadas en sus indicadores, nos superan enormemente.
“Por eso el enfoque devarios de mis proyectos. En el mes de enero, junto a mi esposo, inauguramos el Hotel Los Angeles en el barrio Los Ángeles. En este mismo barrio (olvidado por nuestras autoridades) hemos invertido en otras propiedades en las que construiremos un restaurante y un parqueo. Creemos que sí se puede rescatar a nuestra querida San José y sin esperar que tome la iniciativa la burocracia. Es, más bien, reconocer que el cambio empieza por uno. Solo de esta forma podremos heredar a nuestros hijos los valores patrióticos (y hasta ‘recargados’) que han hecho grande a nuestra nación a los ojos de la historia. Si somos un ejemplo de civilidad para el mundo al haber abolido el ejército hace más de 50 años, ¿qué esperamos para rescatar de la destrucción en la que un ejército insensato de políticos y oportunistas ha sumido a nuestra amada ciudad?”.
¿Cómo no tratar de hacer algo más después de leer estas palabras? A todos lo que amamos San José: no dejemos de recordar las palabras de un hombre que desde lejos lo admiró profundamente: “Un amor sin obras es muerto”.
Mi esposa y yo estamos creando la Fundación “Yo amo San José ¿y usted?”. Dennos su apoyo.